Este sitio es para toda persona nacida en esta hermosa tierra. Para todo aquél que se sienta orgulloso por su comuna. para el que sigue aquí, para el que está lejos y para los que de una u otra forma se les ha impregnado en la memoria el nombre de Nacimiento. Más de cuatrocientos años de historia forjaron nuestras raíces, de aquí surgieron patriotas forjadores de nuestra independencia, artistas, escritores, congresistas, héroes, deportistas, nacimentanos de corazón.

Aquí está tu espacio, tu cita con la historia, con el presente y el rincón de los recuerdos y la posibilidad de expresar tus sentimientos por tu pueblo, tu opinión nos interesa, no dejemos en el olvido este pedazo de tierra con una de las historias más extensas e importantes de nuestra patria.
Cada pueblo, cada país, incluso cada persona le asigna importancia a algún tipo de recuerdo. Practicar el ejercicio de mirar hacia atrás es para entendernos mejor, pues el pasado a menudo nos ofrece las claves necesarias para desenvolverse en forma adecuada y exitosa en el presente.
La Historia busca recrear esas vidas y experiencias de esos antepasados, pero no con un mero afán de curiosidad, sino con un espíritu crítico que permita ir descubriendo el legado de los que ya no están. Ahí en el acto de recordar, está la conexión con nuestras raíces, con nuestra Historia.
La historia de más de cuatro siglos de Nacimiento, nos muestra que somos una comunidad muy amplia, que tiene raíces en las civilizaciones precolombinas, la irrupción europea trastocó la historia, el choque de dos identidades con pocos elementos en común, modificó el modo de ser de ambos grupos, configurando la nueva identidad mestiza. El descubrimiento del Nuevo Mundo, marcó un hito en la historia de la humanidad. Todo un continente se moviliza desde la vieja Europa a colonizar estas tierras, impregnándolas con sus tradiciones, costumbres, idiomas y mezclándose en el surgimiento de una nueva raza. Lo que hoy somos, casi como el producto de la fantasía sucedió en esta región hace ya más de 4oo años, como resultado de la audacia de los conquistadores y la pujante y tesonera fuerza de los caciques araucanos. Fue aquí donde la lanza y la espada se encontraron para formar un nuevo pueblo.
"Los pueblos que no conocen su historia, sus errores y sus aciertos, pierden conciencia de sus destinos y los que se apoyan en las tumbas gloriosas de sus antepasados, son los que mejor preparan el porvenir".
Te invito a conocer nuestra historia, eres bienvenido.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

UN CAFÉ FRENTE AL ENEMIGO


UN CAFÉ 
FRENTE  AL  ENEMIGO
GUERRA DEL PACIFICO 1879-1884
El 12 de enero de 1881 el Ejército Peruano, que había organizado el Dictador, Generalísimo y Protector don Nicolás de Piérola, ocupaba las formidables y al parecer inexpugnables posiciones de Chorrillos, cuyo flanco derecho se apoyaba en el famoso Morro Solar, a cuya base, inabordable por el lado del mar, iban a morir las tranquilas y azuladas olas del Pacífico.
Todas las alturas, desde el mencionado Morro hasta la cerrillada de San Juan, estaban no solo erizadas de cañones, sino también sembradas de minas explosivas y cruzadas de fosos.
Sobre estas alturas y detrás de los fosos, trincheras de sacos de arena, minas y demás elementos defensivos, permaneció agazapado y con el ojo avizor y el oído aguzado para percibir cualquier ruido sospechoso, el ejército que el Dictador había aglomerado en número de 20.000 hombres dispuestos resueltamente a defender hasta la muerte la orgullosa y opulenta capital limeña del empuje de los chilenos que, en número inferior, habían acampado al pie de tan formidables defensas en la tarde de ese día, para atacar y rendir al amanecer del día del 13 de enero. El Napoleón peruano, antes de abandonar Lima, había jurado, a la usanza de los romanos, vencer o perecer en la demanda.
Mientras tanto el ejército chileno había aprovechado las sombras de la noche para desplegar sus efectivos con arreglo al plan que había acordado y resuelto su Estado Mayor.
El Regimiento de Caballería “Carabineros de Yungay”, al mando del Coronel don Manuel Bulnes Pinto, había recibido órdenes para pernoctar en el costado derecho de nuestra línea, protegido de la vista y de la ofensiva enemiga, por un alto barranco cortado a pique y de ahí, en una espaciosa hondonada arenosa, había echado pie a tierra a las doce de la noche y con la brida atada al brazo, los jefes, oficiales y soldados.
Luego se tendieron sobre la húmeda arena para descansar algunas horas y reparar las fuerzas que iban a ser tan necesarias al amanecer, momento fijado para el ataque.
Entre los jóvenes oficiales del Regimiento se distinguía uno de ellos por su carácter festivo y bromista, a la vez que sereno y disciplinado en los actos de servicio, el Teniente don Manuel Fornés, cuyo único defecto físico consistía en que tartamudeaba más de lo necesario a consecuencia de un susto que, según él decía, lo había hecho pasar un perro bravo en su adolescencia.
En la histórica noche en que nos referimos, el teniente Fornés, como todo el Regimiento, se había acomodado un confortable lecho en la arena, para lo cual su asistente que era todo un “peine”, el rey de los asistentes, como lo llamaban todos, le había acomodado con su sable una verdadera sepultura, en la que se acomodó el oficial tal como si se encontrara en el más mullido lecho de su lejana tierra. De ahí a dormirse y roncar fue cuestión de minutos.
Para la seguridad del ejército y para no denunciar al enemigo los movimientos y la presencia exacta de nuestros soldados, el General en Jefe don Manuel Baquedano, había hecho saber en la orden del día a todo el ejército, que era estrictamente prohibido fumar, hablar fuerte y hacer ruidos innecesarios, que pudieran ubicar nuestros batallones, que en tal caso se expondrían a ser ventajosamente cañoneados por las baterías peruanas.
Y era tan estricto en exigir  el cumplimiento de sus órdenes el General Baquedano, que conminaba con ser pasado por las armas al soldado u oficial que no respetara  lo ordenado.
A las dos de la madrugada, todo el ejército chileno ocupaba las posiciones que se le habían señalado y las tropas reposaban en el más absoluto silencio, a tal extremo, que nadie se habría figurado que al pie de aquellas formidables alturas acampasen cerca de 14.000 soldados, con caballería y artillería, listos para emprender al alba una de las más sangrientas y terribles batallas de aquella larga guerra.
El Teniente Fornés dormía cuando sintió que alguien le tiraba de una pierna, al mismo tiempo que oyó la voz de su fiel asistente que le decía muy quedo; Mi Teniente, ya está el café listo!
Oír esto y ponerse en pie, echando mano de su sable, fue todo uno, pues se le vino en el acto a la memoria la orden que no se podía fumar ni mucho menos prender fuego, bajo pena de la vida.
_ ¡Qué dices desgraciado!_ gruñó Fornés encolerizado_ ¿has prendido fuego para hacer café?
_ Si, mi teniente --contestó el leal servidor—pero  hemos hecho un fuego subterráneo, a lo minero…
Replicó el Teniente, --¿no sabes que hay orden de fusilar al que infrinja la orden del General?
--Sí, mi Teniente, pero la cosa ha sido tan bien hecha, que ni el General ni nadie, fuera de usted y otros asistentes, lo llegarán a saber nunca.
Acompáñeme, mi  Teniente y se convencerá de  que no hay peligro y en cambio se servirá usted una buena cachucha de rico café hirviendo, de legítimo poroto.
El Teniente Fornés estaba a todo esto medio yerto y mojado desde la coronilla hasta los  talones de la famosa “camanchaca”, que es una niebla espesa y húmeda, capaz de trasminar de frío a una osa polar. Pensó que era su deber averiguar cómo se habían atrevido a infringir las terribles órdenes superiores aquellos desalmados asistentes, a los cuales era necesario castigar ejemplarmente  después de la próxima batalla, si es que el plomo enemigo no les evitaba tal afrenta.
A gatas, el asistente y el oficial, llegaron en pocos minutos al borde de la quebrada,  donde el cerro formaba un murallón de tierra cortada a pique. Con gran asombro el oficial vio que a modo de labor minera, se internaban en la tierra unos tres o cuatro metros, en forma de zigzag. En el fondo de aquel endiablado dédalo, habían encendido una regular hoguera, sobre tres piedras, hervía y humeaba un tacho, del que se escapaban los agradables e incitantes vaporcillos del café, que aunque fuera de porotos, en esos instantes podía confundirse con de un legítimo Moka, o con el no menos aromático de las sierras bolivianas de Caravalla.
Ante tan espléndido y no soñado “panorama” y el tufo del cafecillo aquel dio al traste con la disciplina y con el ukase mortal del señor General en Jefe.
Dos cachuchas de café, rociado con un tanto de pisco de Ica, cuya provisión no descuidaban aquellos asistentes tan alentados, contribuyeron a borrar de la cabeza del Teniente los negros propósitos de castigos ejemplares que había proyectado, como justa y dolorosa medida disciplinaria.
Pero el Teniente era demasiado buen camarada para dejar sin participación a su alentado Capitán, que lo era el valiente y esforzado don Juan Ramón Terán, oficial que tenía fama de ser tan terrible sableador en la batalla como estricto observante de la disciplina y pensando que aún había raciones de café, mandó en comisión a su asistente para citar al Capitán a la escondida cueva. Al poco rato y a gatas, como el Teniente, hizo su entrada en ella el terrible Capitán, que al ver la hoguera y el café y al recordar la orden del General, principió por echar contra el Teniente y los soldados que se habían atrevido a infringir las órdenes, el más tremendo y cargado “café”, de que se tenía memoria en los anales del disciplinado Regimiento “Carabineros de Yungay”.
--Mi Teniente Fornés! –rugió el Capitán—es usted responsable de esta falta a las órdenes superiores y mañana, después de la batalla, se presentará arrestado en banderas para responder de esta falta.
--A la orden, mi Capi… Capi… Capitán, contestó el Teniente, sorbiendo su tercera y última cachucha de café, pero esto no  qui… quita que… que usted se sirva un tra… tra… traguito de café para desentumir el frío, que yo mañana haré lo posible pa… pa… para no darle trabajo al Con… Con… Consejo de Guerra.
Y de ahí que el bravo y terrible Capitán Terán, famoso por su estrictez, al sentir el tufillo de aquel endiablado brebaje y el vaho del excelente piscolabio que le llegaba tentador y aromatizado, cayó también en la tentación de probarlo y una tras otra se sorbió dos de aquellas tentadoras cachuchas, al terminarlas y limpiarse el frondoso mostacho, que en aquellos tiempos constituía el marcial adorno de los militares, se acordó a su turno de que su mayor, que lo era don Manuel R. Barahona, podía quizás compartir con ellos la responsabilidad de aquel flagrante pecado militar y un nuevo asistente partió también a gatas y en comisión para convocar al señor Mayor del heroico Regimiento, a la cueva misteriosa, en donde se había dado al traste con las órdenes del ilustre General en Jefe, don Manuel Baquedano.
Así como habían llegado el Teniente y el Capitán, hizo su entrada en la cueva a gatas y con el sable a la rastra, el Mayor don Manuel Barahona.
Si grande y justificada fue la indignación del Capitán, el estallido de enojo del Mayor fue como la erupción de un volcán y conminó a esos subalternos que así, con tanta audacia como cinismo, se permitían agravar su falta, invitándolo a él, al tercer jefe del Cuerpo, a coopera en tamaño delito.
Pero el tufillo aquel y las caras de santos mocarros que habían adoptado los delincuentes, influyeron de tal modo en el espíritu del Mayor, que mandando a los cien mil de a caballo, la dignidad de su rango, cayó también en la tentación y se tomó una buena cachucha de café.
Lo mismo que el Teniente y al Capitán, se le ocurrió que el 2° jefe, el Teniente Coronel Graduado don José Miguel Alcérreca, bien merecía también ser pasado por las armas por aquel delito que, con ser tan grave, tenía la cualidad de calentar el cuerpo y confortar el espíritu.
Ahora fue el turno del  Teniente Fornés quien recibió el encargo de ir donde el bravo Alcérreca, que embozado en su amplia capa de caballería se paseaba a grandes pasos, tratando de desentumecer sus miembros ateridos por la terrible camanchaca.
Más… el bravo Fornés perdió el valor al recordar que el 2° jefe de los Carabineros, era aquel soldado, que ha semejanza de los mariscales de Napoleón, no entendía de que alguien pudiera llegar a cometer una falta contra la disciplina y el honor militar y en cuatro patas y como el criminal que rodea y acecha a la víctima, llegó a pocos metros de donde se paseaba el Comandante, se le atrofiaron las piernas, le flaqueó el corazón y dando un rodeo más que prudente, iba a emprender una vergonzosa retirada cuando el Comandante lo alcanzó a percibir, desenvainó el sable no poca fue la sorpresa al encontrarse con el Teniente don Manuel Fornés, de la 1° compañía del segundo escuadrón, que trataba de escabullir el cuerpo.
--¿Qué significa esto, Teniente Fornés?, preguntó el Comandante Alcérreca al oficial, que fiel al respeto y a la disciplina se había puesto en dos pies, ¿no sabe usted que está estrictamente prohibido que los oficiales se separen por ningún motivo de sus Compañías?
Contestó el Teniente, --Es, es, es, que mi Coman…Comandante que, que, yo venía pa… pa…para ofrecerle una, una tacita de ca… ca…café, mi Co… Co… Coman…dante…
--¡Usted debe estar loco o soñando, mi Teniente; váyase a dormir y déjese de tacitas de café, mañana después de la batalla se presenta arrestado en el cuerpo de guardia!
--Co… co…conforme mi Coman…Coman… dante…, seguramente yo, yo, es… es… estaba soñando.
El Teniente Fornés se fue renegando de haber tenido la peregrina idea de ofrecerle al Comandante una taza de café con excelente pisco, cuando la orden del día había prohibido hasta fumar a los 14.000 hombres que formaban el glorioso Ejército de Chile.
Y he ahí como el 2° Comandante y también el Coronel  don Manuel Bulnes no disfrutaron el  haber calentado el cuerpo con aquel famoso café clandestino horas antes de la memorable Batalla de Chorrillos.
Aquel día 13 de enero de 1881, el Capitán don Juan  Ramón Terán Ruiz, nacido en Nacimiento,  entregaría heroicamente su vida combatiendo por nuestra Patria. Había participado en el Combate de Buenavista el 18 de abril de 1880, en la Batalla de Tacna el 26 de mayo de 1880, en el Asalto y Toma de Arica el 7 de junio de 1880 y finalmente en la Batalla de Chorrillos el 13 de enero de 1881.
 Parte de Guerra del Coronel Bulnes: “Este resultado ventajoso para las armas de la Patria, no se obtuvo sin que tuviéramos que lamentar algunas dolorosas y sensibles pérdidas, entre ellas las del bravo y valiente Capitán Terán y otros individuos de tropa, que pagaron noblemente su tributo de amor a la patria y a la gloria de su bandera”
Lima, 20 de enero de 1881.
Libro: Crónicas de Guerra, Relatos de un Ex Combatiente de la Guerra del Pacífico y la Revolución de 1891 del Mayor de Ejército don J. Arturo Olid, tripulante de la Covadonga.
Parte de Guerra: Coronel don Manuel Bulnes Pinto, del Regimiento Carabineros de Yungay.

www.nacimientotumemoria.blogspot.com

1 comentario:

  1. Estuve a los piés del Morro Solar, por el lado del mar..... Pura aren, sin ni un solo arbysto o roca,donde guareserse.....es increíble, casi imposible, óque los nuestros hayan podido subir y tomar esa fortaleza...

    ResponderEliminar

Links de Interés

  • www.laguerradelpacifico.cl
  • www.veteranos79.cl
  • www.memoriachilena.cl
  • www.chiletumemoria.cl