Había visto la luz en Nacimiento, madriguera de leones, antes que población de pacíficos colonos. A los 15 años tomó las armas alistándose como soldado distinguido en el cuerpo de Cazadores a Caballo, que mandaba el Coronel Freire en 1817 y en el que servía como teniente, su hermano Buenaventura Ruiz, otra de las lanzas que han dado nombre a Nacimiento. Participó en todos los encuentros, que en aquel año nos hicieron dueños de la raya del Biobío, conquistando cada uno de sus fuertes que protegen sus vados, a filo de sable. Penetró uno de los primeros en la plaza de Nacimiento el 13 de mayo de aquel año; apoderándose en seguida de Santa Juana, bajo las ordenes del valiente José Cienfuegos, llamado vulgarmente “el Tacho” por la ronquera de su voz. Se cuenta que en uno de estos ataques, el inexperto recluta del Cazadores echó el cartucho en la carabina con la bala en el fondo, por lo que el tiro no salió, reconviniéndole en el acto su jefe inmediato, que era entonces el Capitán don Salvador Puga, la respuesta de Ruiz fue tirar la carabina al suelo y desnudar el sable exclamando: ¡Esta es el arma de los bravos! , y se arrojó en medio de las filas enemigas.
Durante la campaña de 1818, Ruiz confirmó su valor con su sangre, protegiendo la retirada del ejército, recibió una lanzada en las llanuras de Quechereguas, que él se hizo pagar a sus anchas, en la planicie de Espejo, pocos días más tarde. Sabido es que su cuerpo, con Freire a la cabeza, rompió al fin el cuadro de Burgos en la derrota de Maipo.
De las batallas en que el joven Ruiz peleaba como jinete, pasó a los encuentros en el mar. Embarcado con Lord Cochrane en 1819, en la Expedición Libertadora del Perú, se encontró en el asalto de Pisco y en el combate de la Puna a la entrada del rio Guayaquil, donde fue herido de bala. Un año después volvemos a encontrarlo en el sur, recibiendo otra herida de lanza en un encuentro (29 de diciembre de 1820), en el que su bravura dejó atónitos a sus soldados y a los enemigos que lo acosaban. Baleado su caballo en un encuentro con las tropas de Vicente Benavides, en la vecindad de Chillán, rodeado de un enjambre de indios que le asestaban sus lanzas, mientras sus compañeros iban a rehacerse a corta distancia para emprender una nueva carga. Defendiéndose Ruiz con increíble destreza durante muchos minutos con su lanza y cuando los suyos llegaron a rescatarle, le encontraron todavía en pie con el cuello atravesado de una herida, única lesión que había recibido.
Durante todo el año 1821 sirvió bajo las ordenes de un oficial digno de mandar a tan valeroso soldado, el Capitán don Manuel Bulnes Prieto. A su lado recibió dos heridas de lanza en las vegas de Mulchén, habiéndose internado hasta las márgenes del Cautín, en el corazón de la Araucanía. Desde aquí se adelantó hasta Valdivia con cien Cazadores y trescientos indios aliados, permaneciendo un año entero vagando en las fragosidades de aquellas comarcas, que resonaban con el terror de su nombre. Durante toda esta terrible campaña, estuvo interceptado por el enemigo y cuando se presentó de nuevo sobre el Biobío, con su tropa destrozada por la intemperie y los combates, parecía el jefe de una infernal corte de macilentos espectros.
Antes de cerrarse la era de los combates de la Independencia, Ruiz volvió a recibir el fuego de los enemigos de su patria. Una de las últimas balas que se dispararon en las fronteras por los fusiles realistas, le hirió en un brazo, durante un encuentro que sostuvo en Arauco al lado del valeroso Coronel Picarte. “Tenía fama de valiente, dice uno de los émulos de aquella época y con mucha justicia por su arrojo en los combates”. Lleno de cicatrices y con la nombradía de un bravo sin segundo, residía Eusebio Ruiz en Concepción cuando estalló la revolución de 1829. En el acto toma partido en el bando que acaudillaba su antiguo Coronel Freire, y sin más prestigio que el de su nombre, se puso a la cabeza de una compañía de Cazadores a Caballo que logró seducir en el pueblo de Yumbel, entra con ellos a Concepción, pone en arresto al Coronel Cruz, que mandaba aquella plaza y a quien sorprende en su cuartel y después de reunir considerables fuerzas de milicias, marcha en auxilio del Coronel Viel, que sitiaba Chillán con las tropas constitucionales. En una de las salidas que hizo la caballería veterana de la plaza sitiada, compuestas de ciento cincuenta Húsares, Ruiz montado en un soberbio caballo mulato llamado el Moro, cargó con sus cazadores y en el entrevero, trajo al suelo con su propio sable a once de sus contrarios.
El desastre de Lircay envolvió a Ruíz, como a tantos otros leales soldados de Chile y habiendo emigrado al Perú, arrastró durante muchos años una existencia errante y azarosa. Encontrándose por acaso en Santiago diez años más tarde, se le designó oficialmente como una de las victimas de aquella inicua trama de rufianes, que se ha llamado “golpe de Estado” y que es conocido con el nombre de la farsa de Bazán y Bizama. Ruíz fue procesado con el senador Benavente, el comandante de la guardia cívica Aldunate y otros ciudadanos acusados de haber atentado contra el general Bulnes, a quién se quería hacer mártir, para convertirle mediante el estado de sitio, en presidente de la República .Absuelto en esta causa, volvió a su vida peregrina sobrellevando con ánimo, los contratiempos de su mala estrella política, cuya luz siguió hasta el heroico y lastimero lance que puso fin a sus días .Sabemos solo de los diez últimos años de su existencia y que habiendo acumulado con su industria y ahorros una pequeña fortuna, se había retirado a vivir tranquilamente a su pueblo natal Nacimiento.
Le encontró ahí la noticia del levantamiento de Concepción, que por cierto, no era para él un misterio. En efecto, montó a caballo y se dirigió a Los Angeles para ponerse de acuerdo con Urízar, a fin de sujetar el escuadrón de Cazadores, que estaba a las órdenes de Venegas. Más por desgracia, aquellos iban en marcha hacia Chillán, después de haber burlado los esfuerzos de Urízar por retenerlos. Ruíz sin embargo, no vaciló en seguirlos y después de haberse puesto de acuerdo con Pradel, galopó catorce leguas hasta darles alcance cerca de Cholguán, donde se puso al habla con Venegas. Contestó este con palabras evasivas solamente y aunque algunos soldados quisieron regresar con él, no lo consintió, a menos que no volviese todo el escuadrón. Cuando regresó a Los Angeles y dio aviso a Pradel del mal éxito de su empeño, el generoso soldado se contentó con decir,”No importa tengo catorce mil pesos que consagrar a la Patria y no nos harán falta los Cazadores”.
Se marchó a los pueblos avanzados de la frontera, como Nacimiento, Santa Juana y Arauco, reunió las milicias, eligió los soldados mas a propósito para la guerra y se dio tanta prisa en sus aprestos que a fines de septiembre, tenía reunido un lucido regimiento de trescientos lanceros, todos voluntarios .Se enviaron a este cuerpo todas las corazas que existían en Concepción, por lo que se le dio el nombre de “Dragones de la Frontera”. El 19 de septiembre se había expedido el decreto por parte del intendente Félix Vicuña, de organización de aquellas fuerzas, nombrando coronel del regimiento a Ruíz, comandante al oficial veterano don Pedro Alarcón y sargento mayor al capitán Zapata, antiguo soldado de los Pincheira.
Era Eusebio Ruíz en 1851 un atlético anciano de rostro tostado, frente descubierta, pelo cano, nariz grande y aguileña, alto, fornido, con músculos de fierro y un semblante entre terrible y severo. Temíanle mas que le amaban sus subalternos. Era incansable en los ejercicios de su profesión, pues no gustaba tener ociosos a sus soldados. Dábales el ejemplo de la sobriedad en los campamentos y era de aquellos raros jefes que cuando dan en los campos de batalla la voz de atacar al enemigo, no dicen a sus filas, ¡Os sigo! sino ¡Seguidme! Pasaba entre sus superiores por insubordinado porque no conocía fila ni oía en los combates otro toque de los clarines que el que sonaba degüello o a la victoria. Podía acaso tildársele de cruel, porque sableaba sin piedad y con su propia mano; pero si su reputación de hombre se menoscaba con este juicio, su nombradía de soldado queda ilesa y más imponente todavía.
Se marchó a los pueblos avanzados de la frontera, como Nacimiento, Santa Juana y Arauco, reunió las milicias, eligió los soldados mas a propósito para la guerra y se dio tanta prisa en sus aprestos que a fines de septiembre, tenía reunido un lucido regimiento de trescientos lanceros, todos voluntarios .Se enviaron a este cuerpo todas las corazas que existían en Concepción, por lo que se le dio el nombre de “Dragones de la Frontera”. El 19 de septiembre se había expedido el decreto por parte del intendente Félix Vicuña, de organización de aquellas fuerzas, nombrando coronel del regimiento a Ruíz, comandante al oficial veterano don Pedro Alarcón y sargento mayor al capitán Zapata, antiguo soldado de los Pincheira.
Era Eusebio Ruíz en 1851 un atlético anciano de rostro tostado, frente descubierta, pelo cano, nariz grande y aguileña, alto, fornido, con músculos de fierro y un semblante entre terrible y severo. Temíanle mas que le amaban sus subalternos. Era incansable en los ejercicios de su profesión, pues no gustaba tener ociosos a sus soldados. Dábales el ejemplo de la sobriedad en los campamentos y era de aquellos raros jefes que cuando dan en los campos de batalla la voz de atacar al enemigo, no dicen a sus filas, ¡Os sigo! sino ¡Seguidme! Pasaba entre sus superiores por insubordinado porque no conocía fila ni oía en los combates otro toque de los clarines que el que sonaba degüello o a la victoria. Podía acaso tildársele de cruel, porque sableaba sin piedad y con su propia mano; pero si su reputación de hombre se menoscaba con este juicio, su nombradía de soldado queda ilesa y más imponente todavía.
El 8 de diciembre de 1851 en Loncomilla, el efecto fue desastroso; jinetes y caballos rodaron por tierra, la primera víctima, el hombre que siempre rechazó las retiradas Eusebio Ruiz, el bravo de Nacimiento. Tomada del libro: “Administración Montt, tomo IV”
Autor: Benjamín Vicuña Mackenna.
www.nacimientotumemoria.blogspot.com
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